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Cuando empezamos a hablar del lenguaje fotográfico explicamos una de las diferencias principales entre la visión humana y la toma fotográfica. Un ojo humano sano puede ver enfocado tanto el primer plano como el fondo. El cerebro se encarga de resaltar lo que le interesa según el momento o incluso según la cultura o necesidad.
La cámara fotográfica, a priori, no puede enfocar toda la escena. El fotógrafo ha de elegir sobre qué punto quiere llamar la atención y accionar correctamente los mecanismos de la cámara y el objetivo para conseguir que ese punto aparezca perfectamente nítido.
Esta carencia de la cámara puede utilizarse en nuestro beneficio. Gracias a ello, podemos destacar un elemento en el encuadre sobre el resto. Efectivamente, ya explicamos que este técnica una de las maneras de llamar la atención sobre un elemento desenfocando el resto.
Incluso, ante un mismo encuadre, el mensaje que se transmite puede variar por completo cuando se elige un punto de enfoque u otro. La decisión, por supuesto, corresponde a la persona que toma la fotografía, que focalizará donde le interese.
Pero no sólo la elección del punto enfocado marca la diferencia entre fotos. La mera decisión de enfocar todo lo que aparece en el encuadre o sólo un elemento también cambia el carácter y significado de la fotografía.
Mientras que en determinados tipos de fotografía –retrato, por ejemplo– puede resultar evidente el punto al que se debe enfocar, en otros no resulta tan obvio. Incluso, en los casos en que puede parecer indudable, puede funcionar, ocasionalmente, saltarse la norma, precisamente porque el estándar es la nitidez y lo contrario va a sorprender.