Llámanos: 910088826
Correo electrónico:
estudio@fotoefe.es
La dirección de tu empresa
Plaza Pablo Picasso, 2. Rivas-Vaciamadrid
Empezamos hoy una nueva serie sobre uno de los temas más apasionantes de la fotografía: el lenguaje fotográfico. La fotografía, como cualquier otro manera de comunicarse, tiene su código propio. Quienes deseen utilizar la fotografía para transmitir emociones o sensaciones deben conocerlo para transmitir plenamente lo que quieren decir.
Hasta ahora hemos descubierto las herramientas necesarias para construir nuestro mensaje. Pero los aspectos técnicos no bastan para lograr una buena fotografía sino que existen otros factores –en muchos casos más importantes– que el fotógrafo debe manejar: formas, líneas, tonos…
En definitiva y, como anticipábamos en el primer capítulo, se trata de aprender a mirar la realidad con ojos de fotógrafo controlando los elementos visuales que esta realidad ofrece. Al conjunto de estos elementos y su manera de utilizarlos en la fotografía lo denominamos «lenguaje fotográfico».
Para comprender mejor este lenguaje, conviene repasar las diferencias entre el ojo humano y la cámara fotográfica:
Nuestro cerebro elige qué parte le interesa de todo lo que ve e ignora el resto. La cámara no discrimina, ve todo por igual. Por eso debemos simplificar el encuadre o aislar el objeto que deseamos fotografiar.
El ojo puede percibir muchos más niveles de luz que la mejor de las cámaras actuales. Esto se conoce como rango dinámico. En la práctica significa que si, por ejemplo, miramos desde dentro de una casa al exterior, veremos correctamente tanto lo que hay dentro como lo de fuera. La cámara, por el contrario, no puede reproducir la misma gama tonal y por eso, al realizar la foto, no queda más remedio que elegir entre mostrar bien uno u otro motivo.
El ojo se adapta inmediatamente a los cambios de luz. Si entramos a una sala desde la calle seguimos bien. Del mismo modo, siempre vemos el blanco con cualquier fuente luminosa. La cámara fotográfica, por el contrario, necesita adaptarse a esos cambios de luz y color.
Un ojo sano puede ver con nitidez a cualquier distancia. A pesar de los buenos sistemas de autoenfoque que tienen las cámaras modernas, son incapaces de enfocar igual. El fotógrafo debe elegir el punto de nitidez que quiere y decírselo a la cámara para que actúe.
Estas diferencias pueden servirnos a veces como herramientas para transmitir mejor lo que queremos. En otras ocasiones supondrán un límite. Debemos, pues, conocerlas para saber cómo actuar en cada caso.
Los ojos se mueven continuamente para ver un objeto. La fotografía lo plasma desde un punto fijo que ha de elegir el fotógrafo. Este punto de observación marcará la expresividad de la imagen captada y la diferencia con otras fotografías tomadas del mismo objeto o lugar.
No debemos olvidar que la fotografía es una visión enmarcada y detenida de la realidad. Así, el rectángulo que encierra la imagen resulta determinante y por tanto el primer paso antes de tomar una fotografía consiste en seleccionar qué parte de la realidad deseamos congelar dentro de ese recuadro.
Escoger a una parte de la escena siempre significa renunciar al resto pero a la hora de encuadrar no debemos pensar en lo que dejamos sino en lo que elegimos.
En la foto que acompaña este texto puede comprobarse como varían los resultados según qué parte de todo lo observado decidamos capturar (recuadro azul, recuadro rojo, recuadro blanco o imagen completa).
En la mayoría de los casos los resultados no son ni mejores ni peores, pero sí radicalmente diferentes. Por eso hay que pensar qué deseamos. La fotografía entera sería mala si deseáramos sólo una foto de de una de las dos parejas pero puede ser la mejor opción si lo que deseamos es captar el ambiente tranquilo de la playa.
Esto sucede de igual manera cuando componemos nuestra escena partiendo de la nada –al modo que un pintor rellena su lienzo– como cuando intentamos captar algo que está en nuestro entorno.
Si bien debemos empezar calculando el encuadre deseado, no hay que olvidar la luz –su cantidad, posición o procedencia– pues ésta determinará el volumen de los objetos fotografiados y su textura. Tampoco hay que olvidar el tono o las líneas y formas que ayudan a centrar el interés de la imagen.
Todo lo dicho hace referencia, sobre todo, a las fotos con sujetos estáticos. Si deseamos realizar una fotografía de acción o con sujeto en movimiento, a lo dicho anteriormente hay que añadir el momento preciso de apretar el disparador.
De todo ello hablaremos en las próximas entregas. Se darán algunas pautas para tener en cuenta a la hora de empezar a trabajar. No obstante, igual que leer ayuda a escribir mejor, para profundizar en el conocimiento del lenguaje fotográfico conviene estudiar el trabajo de otros fotógrafos; mirar afuera con ojos críticos, tratando de descubrir, no sólo los aspectos técnicos, sino la estructura y el contenido de sus fotografías.
También, por supuesto, tomando muchas fotografías. Para ello, debemos aprovechar las ventajas que ofrece la fotografía digital a la hora de realizar muchas tomas sin coste alguno. Esta abundancia de capturas debe servir, no para llenar el disco duro de pruebas y errores sino para observar nuestros experimentos con ojos críticos y aprender a seleccionar las imágenes que realmente transmiten lo que queríamos comunicar.