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Como ya hemos comentado en capítulos anteriores, el cerebro humano puede discriminar la información que no le interesa; la cámara, por el contrario, ve todo por igual. Por eso insistimos en la necesidad de pensar la fotografía antes de disparar, observar el motivo hasta ser consciente de la escena con todos sus detalles y decidir dónde queremos fijar el punto de interés principal o motivo sobre el que queremos llamar la atención. A partir de entonces ya se puede realzar ese aspecto con otros elementos que apoyen el principal.
En algunas tomas como un retrato, un bodegón simple o una flor, resulta sencillo localizar el punto de interés y se pueden componer imágenes impactantes con un solo elemento. Sin embargo, situar ese elemento en un contexto y añadir información secundaria sirve para añadir interés a la imagen y que ésta consiga contar una historia.
Pero para que esta información de apoyo no distraiga del punto de interés principal debemos utilizar una serie de recursos:
Ya vimos algunos ejemplos de esto cuando explicamos este aspecto y suele ser una de las maneras más sencillas y utilizadas. De hecho, en las dos fotografías que ilustran los otros recursos, también se ha reducido la profundidad de campo. Esto sirve también para comprobar como estos tres métodos pueden combinarse para lograr centrar más aún el punto de interés.
Claro que, no todas las fotos se pueden (ni se deben) componer con un solo elemento. Por eso, en el próximo capítulo de veremos cómo introducir más elementos en la imagen.