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Los colores influyen en los sentimientos y en las emociones. Venimos hablando de ello en los capítulos que estamos dedicando a la psicología del color. Si el primer día hablamos del rojo y el siguiente del verde, hoy toca hablar del color azul.
Quizá porque lo encontramos en el cielo y el mar, está demostrado que el color azul es el favorito de la mayoría de personas. Se percibe como una constante en nuestras vidas y, por tanto, se considera digno de confianza. Invoca el descanso y puede provocar que el organismo produzca sustancias químicas calmantes.
No todos los azules transmiten serenidad; el eléctrico o brillante expresa alegría. Un uso excesivo de azul puede producir frío o indiferencia. Simboliza la profundidad, lo inmaterial y frío, pero suscita una predisposición favorable. Provoca sensación de placidez distinta de la calma o reposo terrestres, propios del verde.
El azul se sitúa por completo en la gama de colores fríos. Como todos los fríos, crea sensación de retroceso. Es decir, los azules aparecen en la imagen como si estuvieran situados en un plano posterior.
El azul claro sugiere optimismo, pero si se clarifica demasiado pierde atracción y se vuelve indiferente y vacío. Si es intermedio, da sensación de elegancia y frescura. Cuanto se oscurece atrae hacia el infinito.
Expresa armonía, amistad, serenidad, sosiego, verdad, dignidad, confianza, masculinidad, sensualidad y comodidad. Está asociado a conceptos como seriedad, compromiso, lealtad, justicia y fidelidad, pero también puede expresar melancolía, tristeza, pasividad y depresión. Se utiliza como color corporativo por la seriedad que inspira.
Da mucho juego en composiciones porque admite muchas gradaciones y combina muy bien, tanto con su complementario, el naranja, como con las variaciones de éste. También ofrece una buena gama de análogos y hace buenos juegos con los colores de su triada: el naranja y el amarillo.