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Seguimos con la serie sobre iluminación. Y seguimos repasando sus atributos. Si en el capítulo anterior hablamos de su naturaleza, hoy tocaría hablar de la dirección. Sin embargo, este tema lo tratamos hace ya unos cuantos capítulos, cuando explicábamos la importancia de fijarse en ello antes de tomar la fotografía. Por eso, te remitimos a aquella entrada y hoy hablaremos de otra característica: la intensidad de la luz.
Cuando hablamos de intensidad nos referimos a la cantidad de luz que recibe el sujeto que queremos fotografiar, con independencia de su procedencia o de la calidad de la misma.
Si trabajamos con luz natural no podemos controlar la intensidad de manera directa, pero sí podemos variar los parámetros de la cámara para que llegue más o menos luz al sensor –o película– y de esta manera, indirectamente, controlar la intensidad de la luz.
Con luz artificial, ya sea continua o discontinua –flash–, disponemos de herramientas para controlar este parámetro en las propias fuentes emisoras de luz, tal y como veremos más adelante.
En este momento hay que tener muy en cuenta la ley de la inversa de los cuadrados. Esta ley indica que si duplicamos la distancia entre la fuente y el sujeto, la intensidad de la luz se reduce, no a la mitad, sino a la cuarta parte.
Pero hay que tener en cuenta que al alejar la distancia de la fuente de luz, el tamaño relativo de esta con respecto al sujeto se reduce, por lo tanto, aumenta la dureza. Un atributo del que te hablaremos en el siguiente capítulo.